Se sentaron en el balancín, en aquella casita del
acantilado que tantas veces soñaron, frente a ellos, la inmensidad del mar
se dejaba acariciar por los últimos rayos de sol que preñados de melancolía teñían
las nubes de colores que poco a poco iban languideciendo para dar paso a
la oscuridad convirtiendo el mar en negra realidad, sintió frio y un
estremecimiento la invadió al romper la ola contra el acantilado, las lágrimas
corrían por sus mejillas, abrazó su cuerpo con sus manos buscando el calor de
los sueños rotos y suplicó a los fantasmas de la noche que la llevaran con él…
Veda Lontana
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