domingo, 26 de noviembre de 2017

Vivencia de una amistad

Dicen que para que una historia no termine jamás debe comenzar, pero aquél mes de abril traía su propia historia, una historia equivocada, una historia que no correspondía, una historia a destiempo pero que, como todas las historias, sabíamos que tendría un final.

A ella la conocí el verano de 1985, un verano en el que de forma tímida y callada  el destino nos fue uniendo, pero no fue hasta pasados los años, con las fracturas de la vida, cuando esa amistad se hizo fuerte, cuando realmente comprendimos que restañar las heridas en soledad te seca por dentro y marchita porque solo la verdad soporta un peso que la mentira no desvirtúa y fue esa verdad la que con el tiempo nos atrevimos a contar en voz alta, porque sin palabras ya nos la habíamos contado. 
Juntas aprendimos a ser más de lo que éramos y no menos como nos habían hecho creer, por lo que dejamos de crear recuerdos falsos para mirar de frente al presente, pero cuando una empieza a comprender estas cosas ha pasado media vida y es entonces cuando te das cuenta de que las creencias de una persona son las que marcan su vida.

En mi memoria de tantos años, no guardaba recuerdo de verla llorar, pero este confuso mes de abril preñado de agosto fue desvaneciendo la claridad para dar paso a una inescrutable oscuridad que avanzaba impasible arrancando lágrimas aterradas de negrura que, incontinentes, brotaban como una tormenta de primavera. 

Sentada frente a ella contemplaba como las enjugaba en un manido pañuelo de papel, mi mente se perdía en nuestra forzada adultez cuando pasábamos aquellas ansiadas tardes sentadas en un banco del parque fingiendo la vida que no vivíamos, esa vida, que nunca es como se piensa o imagina. Por un momento quise volver a aquél banco del parque y cambiar este abril, pero ni siquiera el tiempo y la distancia son lo que parecen porque la vida no puede cambiarse y ella no dejaba de llorar.

Una de las cosas que le admiraba era como había aprendido a vivir el momento hasta exprimirlo, se había convertido en una mujer práctica y decidida, siempre  de acá para allá dispuesta a pasar un buen rato delante de un café, pendiente de esos pequeños detalles que despiertan la sonrisa de quien los recibe y con la curiosa  costumbre de leer dos o tres libros a la vez, mi suerte fue conocerla aquél verano de 1985, ¡cuántas situaciones y momentos habíamos vivido desde entonces!

La conocía bien para saber que todo lo guardaba dentro, lo iba macerando hasta la parálisis porque por algún sitio había de escapar el poso de la maceración, su ímpetu la empujaba hacia delante con una fuerza y un tesón admirables, siempre preocupada por los demás se olvidaba de ella misma, pero aquél extraño y tórrido mes de abril  rompió su interior en mil pedazos.

Se sonó la nariz con el humedecido pañuelo que daba cobijo a sus lágrimas y mirándome a los ojos me dijo: -¿Sabes lo que me ha dicho esta mañana?  -yo negué con la cabeza -que se iba a morir y le he dicho que todos nos vamos a morir. ¿Cómo decirle que sí?, que se está muriendo ante mis ojos, que este puto mes de abril preñado de agosto le ha traído una historia a destiempo, que de nada ha servido que le quemen el cerebro con radioterapia, ni que la quimioterapia la deje sin uñas ni pelo, que todo su sufrimiento no ha servido para que esta historia equivocada tenga un final feliz, que la admiro por su valor y dignidad, por no perder la sonrisa en ningún momento, por su constancia, por su lucha, porque no la he visto quejarse a pesar de los vómitos y la fiebre y por infundirme ánimo y coraje para soportar un día más.

Por unos segundos ambas quedamos en silencio

¡Sabes! continuó diciendo, se supone que debiera ser yo quien le trasmitiera esas cosas, pero no, es ella, mi hermana pequeña, la que me está dando una lección de vida. 

-Nos la está dando a todos acerté a decir con un hilo de voz que apenas podía brotar de mi garganta.
-Día tras día veo su cuerpo apagarse haciendo impotente mi esfuerzo por levantarla, sé que ella quiere moverse para que mi espalda no se resienta, pero esa maldita rémora adosada a su cerebro la va devorando dejando su cuerpo inerte y desvalido. 

Mi mente fue asaltada por recuerdos vividos, quise parar aquella secuencia de imágenes pero todo apuntaba a un complot orquestado por el inconsciente que engañaba a la razón, apelé al carácter profano del pensamiento para discernir sobre la existencia pero la razón no podía detener al pensamiento y el inconsciente aprovechaba la coyuntura.  

Ella continuó hablando, de sus palabras brotaba el dolor pero también la profunda admiración que sentía por su hermana pequeña, le admiraba la entereza con la que miraba de frente a la muerte aceptando que aunque esta historia no le correspondía era ella la que le pondría el final, un final pensado, un final calculado, un final de instrucciones escritas al futuro.

Me perdí entre sus palabras, intenté comprender la inmanencia absoluta de la nada frente a la muerte pero ¿cómo aceptar de forma lúcida y resignada el hecho descarnado de saber que ya no se estará, de saber que ya no se vivirá todo lo que se había planeado o deseado? La muerte como hecho ineluctable desdibuja el futuro, un futuro aparejado a la extinción progresiva de la influencia que generamos en los otros, fue entonces cuando comprendí que ella no quiso mirar la muerte sino la vida, una vida planeada y deseada en un futuro de hojas de papel.

El maldito mes de abril terminó para dar paso a un agónico mayo en el que ya no quedaban lágrimas que derramar, un día fueron sus piernas las que no recordaban que debían sujetar su cuerpo, otro día un brazo que se negaba a coger la cuchara, esa relación de comensalismo malintencionado de la rémora con su cerebro robaba su presente de forma callada conduciéndolo hacia la vaciedad de la nada.
Recuerdo que era viernes, recuerdo que era 2 de junio, recuerdo mi desesperación por encontrar un coche que me llevara hasta allí, recuerdo tu cara de sorpresa, recuerdo nuestro abrazo, recuerdo tu sonrisa a pesar de que estabas rota por dentro, sabía que no serías capaz de contrariar la voluntad de tu hermana pequeña, ella estaba allí con un pañuelo de colores cubriendo su cabeza, su cara maquillada y sus labios pintados de rojo, porque así era ella de colores y alegría, recuerdo el albor de la madrugada, recuerdo que no había lágrimas, recuerdo el café y las monas porque en esta historia equivocada así estaba escrito y recuerdo que juntas aprendimos que riendo también se llora.

Veda Lontana