Su mente repetía de forma constante, impertinente e incansable los
fotogramas mudos que se habían marcado a fuego en sus retinas, una marca que la
acompañaría por el resto de sus días. Sabía que el paso del tiempo se haría su
mejor aliado pero también, que el hueco de su ausencia sería una mella en su
vida. La noche incrementaba su desazón, se paraba bajo el quicio de la puerta
de la habitación y era incapaz de cruzarla, el pulso se le aceleraba, la
angustia la atenazaba y los fotogramas la paralizaban por lo que, noche tras
noche se quedaba dormida en el sofá. Su ensueño era convulso, en su interior
brotaba una voz ahogada, imperceptible, ajena, fría y distante que le decía: ‘que
el ataúd sea de nogal y las flores, rosas blancas’ entonces despertaba de golpe,
como salida de un trance, con la respiración agitada y una presión en el pecho
que la ahogaba, dolorida dejaba el sofá y se sentaba en la cocina
donde las lágrimas le caían a borbotones, al amanecer sus ojos eran dos
huecos oscuros e hinchados. Nunca pensó que su ausencia sería tan dolorosa, que
su recuerdo se le haría tan insoportable, que añoraría tanto su olor, su risa, su
manera de llenar la vida, carecía de sentido seguir atrapada con su presencia y
pensó que en el ayer viviría su recuerdo y en el hoy desgastaría los zapatos que
aún conservaba caminando…
Veda Lontana
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