Los días en que brillaba el sol le gustaba abrir las puertas del balcón y
dejar que los rayos calentaran su cuerpo avejentado acomodado en aquella,
también avejentada, mecedora de madera de viñátigo y asiento de rejilla. Miraba
al horizonte sin ver porque sus ojos se habían cansado de mirar y era su mente
la que emprendía la huida como un vagabundo que nada posee, que carece de
hogar, de arraigo, de la afección de una familia, porque así se sentía ella, un
alma solitaria y olvidada. Sabía que había llegado a esa edad en que los días
van descontando sin mirar, en que la brisa del otoño remueve los recuerdos que
un día quisimos enterrar, en que el presente carece de una identidad, en que la
esperanza murió ayer. Nunca esperó demasiado de la vida quizás por eso, la vida,
no la decepcionó, no temía a la muerte era el final del principio, si algo había
aprendido es que todo lo que empieza tiene un final, el amor, la amistad, los
sueños, las ilusiones, todo termina, nada permanece, venimos solos a este mundo
y solos nos iremos, así continuó mirando sus pensamientos en el horizonte…
Veda Lontana
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