No
recordaba una noche de verano tan cálida como aquella, tenía todas las ventanas
abiertas pero no corría brisa, llenó un cubo de agua y salió con él al balcón,
la calle estaba sin luz y la vista solo le devolvía la negrura de la madrugada,
se sentó en su silla de plástico naranja y metió los pies en el cubo, dobló su
cuerpo hacia delante alcanzando con sus manos el agua que se fue arrojando por
el cuello, volvió a hacer la misma operación esta vez dejando que el agua se
deslizara por sus pechos, sacó los pies del cubo se puso en pie y llenó la
regadera, el agua recorría su cuerpo hasta que, alcanzando el suelo del balcón,
se derramaba cayendo al vació y repiqueteando contra la acera, la falta de luz
le hacía sentir a salvo de reproches, miró hacia la ventana del primer piso del
edificio de enfrente, pero solo vio negrura y continuó regando su cuerpo con la
delicadeza con la que regaba las flores, el repiqueteo rompía el silencio armónico de
la noche, a su compás comenzó a escucharse una melodía, le eran tan familiares
aquellos acordes, la negrura se hizo sueño y el sueño deseo porque en aquél
momento mágico ella también tenía una granja en África al pie de las colinas…con
un hilo de voz susurró: “Y cuando veo que no puedo seguir
soportándolo, aguanto aún un momento más y entonces sé que puedo soportar
cualquier cosa”… la madrugada volvió a ser silencio, en la ventana del primer
piso se dejaba ver la incandescencia de un cigarrillo y una suave frisa brotó
del negro de la noche acariciando su piel regada…lo más difícil es querer a alguien y ser lo bastante valiente para dejar que te quieran.
Veda
Lontana
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