martes, 9 de agosto de 2016

Melodía rota


Aquella quesería estaba ambientada al más puro estilo francés, al atravesar sus puertas tuve la sensación de adentrarme en el pasado. Las lámparas, las fotos, la música, la iluminación, recordaban al París de los años 50, el París de artistas e intelectuales, de la moda y el glamour. Era un lugar pequeño, dispuesto a albergar parejas de enamorados que aún no han conocido la otra cara del amor. Ocupamos una mesa adaptada a cinco comensales, en clara desarmonía con el resto de mesas de dos que intercambiaban miradas de complicidad y dulces palabras. Al fondo, en uno de los rincones más bellos del local se encontraba sentado un señor de edad avanzada que alargaba el brazo acariciando el rostro del recuerdo que lo acompañaba.
Susurrando, por miedo a romper la magia que envolvía la estancia, les dije a Alicia, Mª Carmen, Elena y Teresa, ¿veis aquél señor que está sentado bajo las fotos del pianista y la diseñadora? Las cuatro volvieron la cabeza hacia el lugar, es Frederic Harpigny uno de los mejores pianistas del siglo pasado, su historia es apasionante, al tiempo que inquietante, de forma instintiva las cinco amigas se echaron hacia delante con la expectación propia de quién está preparado para albergar un secreto. Mi abuela Marcela fue testigo de cómo algunas cosas son más fuertes que el ser humano.
Aquella noche salió al escenario con aire indiferente, ajeno a los aplausos de las cientos de personas que llenaban el teatro, hizo un gesto con las manos indicando silencio, se sentó al piano y comenzó a interpretar la Balada nº 1 op. 23 de Chopin, que enlazó con el Tercer movimiento de la Sonata Patética de Beethoven continuando con el Segundo movimiento del concierto para piano en Sol Mayor de Ravel. Estaba ebrio de música, sus dedos volaban con maestría por las teclas del piano en una interpretación sublime, cuando sonó la última nota del Nocturno Op 33 de Fauré se puso en pie, durante unos segundos el silencio invadió el teatro, el público extasiado rompió en un clamor de aplausos ensordecedor, la gente se levantaba de sus butacas, Frederic se sintió abrumado e hizo amago de retirarse pero las ovaciones se sucedían impidiendo que lo hiciera.