Aquella quesería estaba ambientada al más
puro estilo francés, al atravesar sus puertas tuve la sensación de adentrarme
en el pasado. Las lámparas, las fotos, la música, la iluminación, recordaban al
París de los años 50, el París de artistas e intelectuales,
de la moda y el glamour. Era un lugar pequeño, dispuesto a
albergar parejas de enamorados que aún no han conocido la otra cara del amor. Ocupamos
una mesa adaptada a cinco comensales, en clara desarmonía con el resto de mesas
de dos que intercambiaban miradas de complicidad y dulces palabras. Al fondo,
en uno de los rincones más bellos del local se encontraba sentado un señor de
edad avanzada que alargaba el brazo acariciando el rostro del recuerdo que lo
acompañaba.
Susurrando, por miedo a romper la magia
que envolvía la estancia, les dije a Alicia, Mª Carmen, Elena y Teresa, ¿veis aquél
señor que está sentado bajo las fotos del pianista y la diseñadora? Las cuatro
volvieron la cabeza hacia el lugar, es Frederic Harpigny uno de los mejores
pianistas del siglo pasado, su historia es apasionante, al tiempo que
inquietante, de forma instintiva las cinco amigas se echaron hacia delante con la
expectación propia de quién está preparado para albergar un secreto. Mi abuela
Marcela fue testigo de cómo algunas cosas son más fuertes que el ser humano.
Aquella noche salió al escenario con aire
indiferente, ajeno a los aplausos de las cientos de personas que llenaban el
teatro, hizo un gesto con las manos indicando silencio, se sentó al piano y
comenzó a interpretar la Balada nº 1 op. 23 de Chopin, que enlazó con el Tercer
movimiento de la Sonata Patética de Beethoven continuando con el Segundo
movimiento del concierto para piano en Sol Mayor de Ravel. Estaba ebrio de
música, sus dedos volaban con maestría por las teclas del piano en una
interpretación sublime, cuando sonó la última nota del Nocturno Op 33 de Fauré
se puso en pie, durante unos segundos el silencio invadió el teatro, el público
extasiado rompió en un clamor de aplausos ensordecedor, la gente se levantaba
de sus butacas, Frederic se sintió abrumado e hizo amago de retirarse pero las
ovaciones se sucedían impidiendo que lo hiciera.